MEMO | Coimas y desborde: por qué Milei ya no enfrenta un conflicto, sino una crisis

En política no todo lo que incomoda es una crisis. Un conflicto puede ser útil: define bandos, ordena identidades, refuerza a los propios. Milei lo entendió y lo usó como combustible: confrontó con la “casta”, con sindicatos, periodistas y gobernadores, y salió fortalecido. El conflicto era su zona de confort.

La crisis, en cambio, no se elige: irrumpe, desborda, erosiona reputación y amenaza gobernabilidad. Mientras el conflicto puede prolongarse como estrategia, la crisis exige clausura. Y el escándalo de las coimas —el famoso 3%— cumple todas las condiciones de una crisis en regla.

La línea de flotación

Los audios que señalan un presunto esquema de sobornos en la Agencia Nacional de Discapacidad no solo rozan al círculo íntimo de Karina Milei: tocan el corazón del relato libertario. El gobierno que se presentaba como cruzada contra la casta aparece hundido en aquello que prometió erradicar. Y lo hace en un terreno letal: con la discapacidad no. Se trata de una crisis de conductas desviadas, la más corrosiva, porque no admite interpretación ideológica. Es tabú social, sin grieta posible.

La moralidad quebrada se vuelve doblemente costosa para un gobierno que se jactó de ser distinto, incorruptible, casi mesiánico. La indignación no se agota en los adversarios: atraviesa a los propios y perfora la confianza mínima que sostiene cualquier proyecto de poder.

La foto del desborde

Mario Riorda, en Anfibia, señala que una crisis grave se reconoce cuando:
● la incertidumbre desborda todos los niveles (ciudadanía, prensa, poder),
● impacta en varias dimensiones a la vez (judicial, reputacional, económica, política),
● cambia drásticamente el comportamiento comunicacional (del grito al silencio),
● y se omite el “momento cero” de reconocimiento, dejando abierto el terreno a encuadres negativos.

Cada uno de estos elementos está presente en este caso. Y los datos lo confirman:
● 94,5% conoce el caso.
● 73,2% lo considera grave.
● 59,2% cree que los audios son verdaderos.
● 56,1% afirma que erosiona su confianza en la gestión.
● 81% reclama una respuesta pública del presidente.

Aunque la mayoría de los votantes no cambiaría su preferencia inmediata, el daño opera en otro plano: gobernabilidad, credibilidad y capacidad de sostener agenda. El problema no es la pérdida electoral coyuntural, sino la corrosión lenta de la autoridad. Una crisis no mata por un golpe seco, sino por desgaste: porque abre la pregunta de qué viene después y el poder ya no tiene respuesta.

Los errores de manual

El gobierno eligió mal sus reflejos. Primero, echar al denunciante: error fatal, que refuerza la idea de encubrimiento. Segundo, el silencio: en crisis, la primera versión que circula es la que queda. Y tercero, aplicar la lógica del conflicto —fake news, ataques digitales, polarización— donde esa receta deja de funcionar. Ese arsenal puede servir en la pelea política, pero en una crisis solo multiplica la pérdida de credibilidad.

El resultado es que Milei, un presidente que convirtió el grito en su marca, hoy aparece mudo. Y ese silencio pesa más que cualquier insulto.

Escenarios y trampas

Una crisis desordena porque despoja al poder de su recurso esencial: la capacidad de anticipar. El actor en crisis ya no controla la información ni puede calcular la magnitud de lo que vendrá. Se mueve a ciegas.

Los caminos son pocos y todos costosos:
● Negación y ataque (actual): acelera la percepción de encubrimiento y hunde más a Karina Milei, ya hoy la dirigente peor evaluada del país.
● Explicación controlada: reconocer la gravedad, mostrar medidas de control, proyectar cierre. Caro en el corto plazo porque rompe el relato de pureza, pero abre una salida de previsibilidad.
● Sacrificio político: separar a Karina Milei o a un operador clave como los Menem. Hoy luce inviable, pero al no estar esa opción sobre la mesa el gobierno queda atrapado en su vulnerabilidad.

Cada alternativa refleja algo más que un costo: revela la rigidez del sistema de poder libertario. Milei gobierna con un círculo mínimo. La crisis, entonces, no es solo sobre coimas: es sobre el núcleo mismo de su modo de gobernar.

El punto ciego

En toda crisis, la amenaza central no es el hecho en sí, sino la incertidumbre sobre lo que vendrá. El paso de la polémica al reclamo de certezas marca ese cambio. Y es ahí donde el gobierno está ciego: no ofrece horizonte.

El poder de Milei siempre fue la confrontación. Pero la crisis no se gana con relato, sino con gestión y clausura. Negarla no la diluye: la multiplica. Si no aparece un horizonte de cierre, el riesgo ya no es una medida impopular ni un ministro desgastado: es que la crisis se vuelva estado permanente. Y un gobierno atrapado en la crisis deja de gobernar.

Por: Augusto Ceraldi 

Lic. en Ciencia Política 

 
 

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